2º BACH. Historia de España. Tema 01. Las raíces históricas de España.
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1.
LA
PREHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
1.1. El proceso de hominización
Las
muestras más antiguas de la existencia de grupos de género Homo en la Península
han aparecido en los yacimientos de Atapuerca (Burgos).
Algunos de los restos humanos hallados allí (una mandíbula) se remontan a 1,2
millones de años. Las características de los restos encontrados en la Gran
Dolina (800.000 años) han permitido a los paleontólogos determinar que se trata
de una especie nueva, denominada Homo antecessor. Este Homo es,
sorprendentemente, una especie parecida a la nuestra, aunque su capacidad craneal
era menor. Al parecer se trataba de un antepasado común tanto para nuestra
especie como para los neandertales.
Por
lo que sabemos de momento, desde el Homo
antecessor hasta la aparición de restos de su inmediato sucesor
transcurrieron casi 500.000 años. En efecto, el Homo heidelbergensis,
cuyos restos también se han encontrado en Atapuerca, vivió en la Península hace
unos 350.000 años. En Atapuerta se han hallado numerosos fósiles de unos 30
individuos, entre ellos un cráneo completo y una pelvis.
Este
tipo humano fue un ancestro del neandertal (Homo sapiens neandertalensis),
mucho más extendido por la Península –Cova Negra (Játiva), Bañolas (Girona),
Gibraltar, El Sidrón (Asturias), etc.– y que habitó en ella entre el 230.000 y
el 20.000 a.C. aproximadamente. Sus características eran la robustez, la baja
estatura y la elevada capacidad craneal (1.450 cm³). Era una especie bien
adaptada al frío y vivían en grupos con una cierta organización social.
Conocieron el fuego y practicaron ritos funerarios.
El
Homo
sapiens sapiens llegó a la
península Ibérica hace unos 40.000 años, por lo que convivió algunos miles de
años con los neandertales hasta que estos se extinguieron. No obstante, parece
que nunca llegaron a mezclarse con ellos. El Homo sapiens se extendió también por toda la Península, llegando
incluso a los archipiélagos balear y canario.
1.2. Las sociedades paleolíticas
Las
sociedades paleolíticas vivían de la caza, el carroñeo, la recolección de frutos
y moluscos, y la pesca. Se trataba de una economía depredadora. Estas
actividades obligaban a los grupos humanos a un constante nomadismo al tener que
seguir a los animales. En aquel momento, la caza era abundante; poblaban la Península
numerosas especies de grandes herbívoros adaptadas al clima frío y húmedo
–bisontes, uros, renos, etc.
Los
progresos tecnológicos permiten establecer las etapas del Paleolítico.
§
En
el Paleolítico
Inferior las herramientas eran de piedra trabajada toscamente.
§
En
el Paleolítico
Medio la talla de la piedra mejoró y apareció la especialización
instrumental (puntas, raederas, cuchillos, etc.).
§
En
el Paleolítico
Superior aparecieron nuevos materiales –huesos, astas de animales,
conchas marinas– y se perfeccionó la talla de la piedra.
Los
individuos se reunían en pequeños grupos con una organización
social muy elemental, aunque fue ganando en complejidad con el tiempo.
Habitarían probablemente en cobijos circunstanciales y de forma temporal.
Solamente a partir del Paleolítico Medio habitaron también en cuevas;
para ello fue necesario primero dominar el fuego, como hizo el
Neandertal.
También
se han encontrado muchos yacimientos al aire libre, desde hábitats estacionales
–vinculados a la trashumancia– hasta otros más permanentes.
No
se sabe demasiado sobre las creencias espirituales. Parece que el primero en
enterrar a los muertos fue el Neandertal, ya en el Paleolítico Medio.
Ø El arte rupestre
Los habitantes de la península Ibérica
desarrollaron durante el Paleolítico Superior (hacia el 25.000 a.C.) unas
importantísimas manifestaciones artísticas en la zona cantábrica: es el llamado
arte
rupestre cantábrico. En España destacan las cuevas de Altamira, El
Castillo y Tito Bustillo. Las pinturas se han relacionado con una motivación
mágica (favorecer la caza) o religiosa (cuevas-santuarios). Los rasgos de estas
pinturas son:
§
Presentan
un acusado naturalismo, aunque también aparecen algunos elementos abstractos.
Predominan las figuras de animales.
§
Son
pinturas policromas.
§
No
existen escenas compuestas, sino que se dibujan animales individuales.
§
Se
localizan principalmente en cuevas profundas y oscuras.
Más tarde, entre el Mesolítico o
Epipaleolítico[1]
y los inicios del Neolítico (7.000-4.000 a.C.) apareció el llamado arte
rupestre levantino. Se localizó en la vertiente mediterránea desde
Cataluña hasta Murcia (Valltorta, en Castellón; Cogull, en Lleida; Bicorp, en
Valencia, etc.).
Estas representaciones muestran modos de
vida cazadores-recolectores, pero que ya estaban siendo influidas por la
difusión del Neolítico. De hecho, algunas escenas plasman domesticación de
animales, trabajos agrícolas, etc.
Estas manifestaciones artísticas son muy
distintas a las de la zona cantábrica.
§
Son
figuras principalmente humanas, pintadas de forma estilizada y esquemática y
con cierto grado de abstracción.
§
Son
monocromáticas o se utilizan pocos colores: ocre y negro.
§
Representan
escenas muy variadas: enfrentamientos armados, cacerías, recolección de miel,
danzas, etc. Suelen tener un sentido narrativo.
§
Se
localizan en abrigos rocosos relativamente bien iluminados.
1.3. Las sociedades neolíticas (5.000-2.500
a.C.)
El
Neolítico se caracterizó porque los seres humanos producían su propio alimento.
La agricultura
y la ganadería
fueron las tareas principales y aparecieron otras actividades nuevas:
elaboración textil, fabricación de cerámica, pulimiento de la piedra, etc. La
necesidad de vivir junto a los cultivos fomentó la aparición de poblados
estables y del sedentarismo.
El
origen de estos cambios se encuentra en la llegada a las costas mediterráneas
de pueblos de Oriente Próximo. Desde el litoral, el proceso de neolitización se
fue extendiendo al resto de la Península. Más tarde, se produjo también la
llegada de influencias neolíticas a través del continente europeo.
El
Neolítico peninsular se suele dividir en dos etapas:
§
En
una primera fase (5.000-3.500 a.C.) los asentamientos se realizaron en cuevas
y se desarrollaron fundamentalmente en la costa mediterránea, desde Cataluña
hasta Andalucía –cuevas de Fontmajor (Cataluña), L´Or y Sarsa (Comunidad
Valenciana), Nerja (Andalucía), Sima de la Serreta (Murcia)–. Se desarrolla la cultura
de la cerámica cardial, caracterizada por su decoración impresa con
conchas de berberecho (cardium edule).
§
En
una segunda fase (3.500-2.500 a.C.) aparecieron verdaderos poblados que
ahora se situaron en zonas más llanas y adecuadas para el cultivo. En el
sureste peninsular este periodo final es conocido como cultura de Almería.
Mientras, en Cataluña se desarrolló la llamada cultura de los sepulcros de fosa,
caracterizada por la presencia de necrópolis.
El
desarrollo de la tradición funeraria se manifestó en la aparición del megalitismo.
Se trata de culturas que construían monumentos para enterramientos colectivos.
En la Península predominan el dolmen, el sepulcro de corredor y el tholos –un
sepulcro de corredor con una falsa cúpula.
Los
cambios sociales y económicos fueron muy importantes. A la agricultura y la
ganadería se unió la aparición del comercio y de la minería.
Todo ello exigía una organización social más compleja, determinada por la
división del trabajo y por el control del excedente alimentario. Estos factores
contribuyeron al surgimiento de una primera jerarquización social.
1.4. Las culturas de los metales
La
aparición del trabajo de los metales marcó un hito tecnológico esencial. Esta
etapa se ha divido en tres edades en función del metal predominante.
§
La
Edad
del Cobre o Calcolítico es la más antigua. En la Península comenzó en torno
al 3.000 a.C. y terminó hacia el 1.700 a.C. En los yacimientos han aparecido
utensilios como puñales, agujas, puntas de flecha, etc. Proliferaron monumentos
megalíticos y aparecieron poblados amurallados. Las culturas más importantes
fueron la de Los Millares (Almería) y la cultura del vaso campaniforme.
§
La
Edad
del Bronce aparece en la Península hacia el 1.700 a.C. y declina hacia
el 1.000 a.C. El bronce supuso un notable avance respecto al cobre. En los
yacimientos son abundantes las armas y las piezas de orfebrería. Los grupos
sociales se fueron haciendo más complejos. Los poblados se agrandaron mediante
un cierto ordenamiento urbanístico. Destacan las culturas de El
Argar (Almería); la de los campos de urnas (valle del Ebro,
Cataluña, Comunidad Valenciana), y la megalítica de las islas Baleares,
representada por talayots, navetas, taulas, etc.
§
La
Edad
del Hierro comenzó en la Península en torno al 1.000 a.C. En esta etapa
se inició el período propiamente histórico de la mano de los celtas y de los
primeros pueblos colonizadores: fenicios, griegos y cartagineses.
2.
LOS
PUEBLOS PRERROMANOS
2.1. Los pueblos peninsulares: iberos y
celtas
Durante el
primer milenio se fueron conformando en la Península dos culturas distintas
pero relativamente interrelacionadas: la cultura celta y la
cultura ibera. El contacto entre ambos pueblos fue importante, lo que
ha dado lugar a que a aquellos que habitaban en la zona central de la Península
se les haya denominado celtíberos.
A su vez
tuvieron contacto con otros pueblos europeos y de la zona mediterránea de los
que importaron costumbres y formas de vida y con los que mantuvieron un
contacto casi continuo.
Ø Los
celtas
Los celtas llegaron a la Península en
los inicios del primer milenio, procedentes de Centroeuropa, y se asentaron en
la Meseta norte y en el noroeste (Galicia, norte de Portugal, Asturias).
Aportaron numerosos avances técnicos a la zona, como el uso de la metalurgia.
Sus asentamientos más representativos fueron los castros.
Existe una dificultad importante para el
estudio de los celtas debido a la escasez de las fuentes. Por esta razón, sus
costumbres son bastantes desconocidas, tenemos sobre todo referencias romanas,
que los presentan con formas de vida muy primitivas. Es generalmente aceptado
que su sociedad se organizaba en tribus, hablaban lenguas
indoeuropeas y no conocían la escritura.
La dedicación principal de los pueblos
celtas era la ganadería, aunque también existían poblados de agricultores.
También existen restos arqueológicos que
nos indican que fabricaban instrumentos toscos de cerámica, telas y objetos de
bronce.
Ø Los
iberos
Los iberos estaban asentados en el sur
de la Península y en la costa mediterránea. Se trataba de un conjunto de
pueblos con muchas características comunes pero que nunca establecieron ninguna
forma de unidad política entre ellos. Poseyeron, eso sí, una entidad cultural
común muy destacable que se desarrolló especialmente entre los siglos VII y II
a.C.
La sociedad ibera era inicialmente tribal
y estaba muy jerarquizada en función del poder económico y también del militar.
La casta guerrera fue muy importante, aunque nunca existió un ejército regular.
Los poblados
solían amurallarse y localizarse en zonas de fácil defensa.
Su economía se basaba en la agricultura
y la ganadería; establecieron también relaciones comerciales profundas con
griegos, fenicios y cartagineses, llegando a acuñar monedas.
Su organización política llegó a estar
bastante desarrollada debido a la influencia del modelo de la ciudad-Estado,
traído por los fenicios y griegos. Cada Estado podía comprender varias ciudades
con sus territorios circundantes. El modelo político más frecuente era la monarquía,
es decir, el poder era controlado por un rey. En algunos casos se impuso un
modelo oligárquico[2]. En este caso,
el grupo dominante controlaba el poder a través de distintas magistraturas
o, incluso, mediante un Senado en el que todos sus miembros
estaban representados, como ocurrió en Arse-Saguntum. No obstante, en la
mayoría de casos predominaba la monarquía.
Igualmente su desarrollo cultural fue
destacable.
§
Conocieron
y utilizaron la escritura, expresión de una lengua común pero que se escribía
con diversos alfabetos. Actualmente su escritura puede leerse pero no
comprenderse.
§
La
religión
ibera presentaba un gran eclecticismo y recibió notables influencias griegas y
púnicas que se mezclaron con las creencias ancestrales de los iberos; los
santuarios en plena naturaleza fueron frecuentes, pero los templos urbanos eran
más escasos.
§
El
arte
ibero estuvo también muy influido por el de griegos y cartagineses.
Especialmente significativa es la escultura, en la que destacan obras como las
damas de Elche y Baza, la Bicha de Balazote, el guerrero de Moixent, etc. La
temática predominante fue la plasmación de figuras humanas y de animales, tanto
reales como imaginarias. Se trató de un arte figurativo en el que
predominaba la funcionalidad religiosa o funeraria. Estéticamente fue más
importante el detallismo que la calidad del conjunto.
Ø Los
celtíberos
En la zona de
confluencia entre celtas e iberos –Sistema Ibérico, este de la Meseta, Sistema
Central– surgió una cultura con características peculiares procedente tanto del
mundo celta como del ibero: fueron los celtíberos. Mezclaban elementos de ambas
culturas, aunque predominaba el factor celta, y su grado de complejidad
social era también intermedio entre el primitivismo celta y la mayor
complejidad social de los iberos.
Los que
habitaban en las zonas llanas se dedicaban principalmente a la agricultura del
cereal, mientras que los que estaban instalados en las áreas montañosas optaron
en su mayoría por la ganadería.
Eran extraordinarios
guerreros, dotados, además, de una excelente tecnología armamentística
(la falcata ibera). Tanto cartagineses como romanos los incorporaron a sus
ejércitos.
2.2. Los primeros pueblos colonizadores
Desde principios del primer milenio antes de Cristo diversas potencias colonizadoras procedentes del Mediterráneo oriental se asentaron en la península Ibérica. Las razones geoestratégicas y la potencialidad económica del territorio fueron las razones de esta oleada colonizadora.
§
Los
primeros que iniciaron la colonización de la Península fueron los fenicios,
pueblo mercantil procedente del actual Líbano. Hacia el siglo IX a.C. fundaron
la ciudad de Gadir (Cádiz) desde donde se expandieron por el territorio de la
actual Andalucía y del sur de Portugal: Sexi (Almuñécar), Malaka (Málaga), etc.
La posición estratégica de la zona para las relaciones comerciales –entre el
Mediterráneo y el Atlántico y a un paso de África– así como la abundancia de
metales explican su interés por controlar estos territorios.
§
Más
tarde, hacia el siglo VIII a.C., llegaron los griegos. Fundaron algunos
enclaves relativamente importantes en la parte norte de la costa mediterránea
peninsular: Emporion (Ampurias), Rhode (Rosas), etc. Desde allí se
establecieron en algunos puntos costeros (Hemeroscopeion, se supone que situada
cerca de la actual Denia, Mainake, cerca de Málaga). Su principal objetivo era
establecer relaciones comerciales para obtener metales, esparto, aceite de
oliva y sal.
§
Ya
en el siglo VI a.C. los cartagineses comenzaron a controlar
el sur peninsular, continuando el dominio que habían iniciado los fenicios en
esta zona y expandiéndolo hacia el este y el norte. Su colonización tuvo
primero un carácter de búsqueda de alianzas y pactos; pero, a partir del siglo
III a.C. cambió y adquirió los rasgos de una conquista militar. Para ello
fundaron una serie de emporios: Ebyssos (Ibiza) –de origen fenicio– Baria (en
Almería), Quart Hadasht o Cartago Nova (Cartagena), etc.
Todos estos pueblos establecieron unas relaciones de tipo colonial con los pueblos peninsulares, es decir, impusieron un dominio total sobre los territorios en los que se asentaron y establecieron lazos comerciales con los pueblos vecinos. Pero también actuaron como difusores de elementos culturales y tecnológicos más avanzados; se difundieron así técnicas como el arado, la moneda, los modelos urbanísticos, la salazón, el uso de metalurgia del hierro, etc
3.1. La conquista romana
La
conquista romana fue el proceso histórico de dominio y control militar del
territorio de la península Ibérica por parte de Roma. Dicho proceso fue
bastante dilatado en el tiempo (218 a.C. -19 a.C.), pero logró la total
integración del territorio hispánico en el Imperio romano.
Ø La
segunda guerra púnica (218-197 a.C.)
El interés romano por la península
Ibérica surgió durante el siglo III a.C. en el contexto de la segunda guerra
púnica. Las guerras púnicas enfrentaron intermitentemente a Roma
con Cartago por lograr la hegemonía en el mar Mediterráneo occidental
entre el 264 a.C. y el 146 a.C. La victoria romana facilitó su expansión por
toda esta área geográfica.
La península Ibérica era la vía de
suministros del ejército cartaginés que, mandado por Aníbal, atacaba Italia.
Roma decidió conquistar la Península para cortar esta ruta. El principio de la
presencia militar romana se concretó en el año 218 a.C. con el desembarco de
varias legiones al mando de Publio Cornelio Escipión en Emporion (Ampurias).
Desde esa fecha y hasta aproximadamente
el 202 a.C. las tropas romanas no solamente derrotaron a los cartagineses, sino
que también conquistaron toda la costa mediterránea peninsular, el valle del
Guadalquivir y parte del valle del Ebro. Para ello atrajeron por la fuerza o
mediante alianzas a los diversos pueblos iberos.
Ø La
conquista del interior peninsular (197-31 a.C.)
En
esta etapa el interés romano se centró en la conquista de la zona interior
–ambas Mesetas y el actual territorio portugués–. Esta vez la oposición de los
pueblos peninsulares fue mayor, especialmente de los celtíberos y de los
lusitanos. Ejemplo de esa dificultad fue la actuación del caudillo lusitano Viriato,
quien derrotó a diversos generales romanos hasta ser vencido en el 139 a.C.
También fue destacable la feroz resistencia a la conquista que presentaron
algunas ciudades; el mejor ejemplo fue Numancia, cuyo asedio duró
prácticamente diez años hasta ser tomada en el 133 a.C. tras el suicidio
colectivo de muchos de sus defensores.
El
resultado de estas guerras fue que casi toda la Península quedó bajo dominio
romano. Solamente la cornisa cantábrica más occidental, de escaso interés
estratégico y económico, se resistió.
Paralelamente
Hispania fue escenario también de las guerras civiles que afectaron a Roma
durante el siglo I a.C.
Ø Sometimiento
de los pueblos de la cornisa cantábrica (31-19 a.C.)
El
sometimiento de la cornisa cantábrica se inició con las guerras cántabras (29
a.C.), que acabaron con el control más o menos efectivo de cántabros, astures y
galaicos por el emperador Augusto.
De
esta forma toda la península Ibérica quedaba integrada en el Imperio romano, al
que perteneció durante casi cinco siglos más. En este tiempo, la impronta de la
civilización romana fue poco a poco dominando todos los aspectos de la vida
cotidiana de los pobladores hispanos y su historia se integró plenamente en las
vicisitudes del Imperio romano. Los hispanos se sentían miembros del mundo
romano y no pueblos ocupados.
3.2. Factores del proceso de la romanización
(pregunta EBAU: La romanización)
Introducción. La romanización es el proceso de
transformación gradual de los pueblos prerromanos que habitaban en la
Península, en ciudadanos del Imperio Romano. Este proceso consistió en la asimilación
de sus costumbres, organización política, jurídica, social y, muy
especialmente, la lengua (el latín). Todo este proceso de asimilación se vio
favorecido por la integración de Hispania en el sistema económico del imperio y
la cohesión territorial. Además fue destacable el papel del ejército como medio
de integración de los indígenas y, como elemento fundamental, la extensión de
la ciudadanía romana por el emperador Caracalla a todos los hombres libres en
el 212 d.C. Todo este sistema llegará a su fin a partir del siglo III d.C., que
iniciará un periodo de declive dentro del Imperio romano, que durará más de dos
siglos y que pondrá las bases de un sistema de poder más atomizado, lo que
conocemos como Edad Media. A continuación hacemos un recorrido por cada uno de
los aspectos que más contribuyeron a la romanización de la península Ibérica.
Organización político-administrativa
Antes de que toda la Península
estuviese conquistada militarmente, los romanos comenzaron a aplicar sus
criterios de organización administrativa y delimitación política del
territorio. Como consecuencia de esta política, el espacio hispánico fue
dividido en diversas circunscripciones para su mejor administración y control.
Estas circunscripciones fueron las provincias. Cada una de ellas estaba
dirigida por un pretor asesorado por el Consilium. Se subdividían en conventos
jurídicos como centros judiciales. Para la cuestión hacendística estaba
el cuestor,
que elaboraba el censo que controlaba los impuestos.
Había dos tipos de provincias: senatoriales
(controladas por el Senado romano) o imperiales (controladas por el
emperador). Su número fue evolucionando a lo largo de la dominación romana.
Inicialmente fueron dos provincias:
§ la Citerior (la zona más cercana a Roma –costa mediterránea y
valle del Ebro–)
§ la Ulterior
(la zona más lejana a Roma –valle del Guadalquivir y parte occidental de la
Península–)
Tras la dominación de todo el
territorio, en la época de Augusto (27 a.C.) se crearon tres provincias: Bética,
con capital en Corduba; Lusitania, con capital en Emerita
Augusta, y Tarraconense, con capital en Tarraco. Posteriormente, en el
siglo IV d.C. se subdividió en cinco provincias: Tarraconense, Cartaginense,
Bética,
Lusitania
y Galecia.
Aún se añadieron dos posteriormente, la Baleárica y la Mauritana-Tingitana.
Ø Vías de comunicación
Con el objeto de controlar su amplio
territorio, Roma se dotó de una excelente red de comunicaciones. En Hispania
las vías principales eran la vía Augusta (conectaba la franja
mediterránea con Roma), la vía de la Plata (unía Hispalis con
Emerita Augusta y Asturica Augusta) y la vía Transversal (unía Emerita
Augusta con Caesaraugusta atravesando toda la Meseta). Estas calzadas se
convirtieron en ejes comerciales, pues enlazaban zonas y ciudades del interior
entre sí y éstas con los puertos. Numerosos puentes de la época permitían
salvar los obstáculos naturales por donde transcurrían las carreteras romanas.
Ø La
ciudad
En el mundo romano las ciudades se
convirtieron no sólo en centros político-administrativos, sino también
económicos, sociales, culturales, etc. Se revitalizaron las ciudades fundadas
por los colonizadores y los indígenas, y nacieron otras nuevas. Pero no todas
poseían el mismo status. Podemos distinguir varios tipos de ciudades:
§ Colonias: son fundaciones
romanas a imagen de la Urbe como Barcino, Tarraco, Emerita Augusta,
Cesaraugusta, Bilbilis, Hispalis, Italica. Muy populosas algunas, en ellas se
elevaban multitud de edificios administrativos, teatros, coliseos, acueductos y
otros de utilidad pública.
Entre las ciudades indígenas podemos
distinguir entre:
§ Ciudades
estipendiarias: tomadas por la fuerza, por ello estaban obligadas a pagar un
estipendio o tributo, y sometidas fuertemente al pretor, máxima autoridad
romana.
§ Federadas: conservaban sus
derechos, pero estaban obligadas a prestar auxilio a Roma y facilitar víveres
para el ejército.
§ Inmunes: disfrutaban de
gran autonomía y estaban exentas[3] de pagar
impuestos.
Ø Organización
económica. -
El aumento de la producción agrícola y
del comercio redundó en un crecimiento de la población peninsular (7 millones
de habitantes). La tierra era símbolo de prestigio y riqueza. Se crearon grandes
latifundios en manos de la aristocracia senatorial y se repartieron
tierras entre colonos (antiguos soldados, por lo común, de origen italiano), lo
que supuso un crecimiento de la producción agrícola (basada en la triada
mediterránea: trigo, vid y olivo). Aumentaron los regadíos (canales de Murcia y
de Valencia), utillaje agrícola más moderno, nuevas técnicas de cultivo
(abonos, rotaciones). Hispania se convirtió en colonia comercial respecto a la
metrópoli y exportaba al resto del Imperio vinos, aceite de oliva, minerales y
esclavos. A cambio, importaba productos manufacturados: cerámica, tejidos y
objetos de lujo. Las ricas minas peninsulares pasaron a
propiedad del estado, entre ellas destacaban las del oro del Noroeste, plomo de
Sierra Morena, plata y cobre de Cartagena, cobre de Riotinto y mercurio de
Almadén.
Ø Organización
social
El Imperio romano era una sociedad
esclavista muy jerarquizada y con distintos grados de derechos políticos y
jurídicos. Entre la población libre encontramos:
§ el orden
senatorial, que eran ciudadanos romanos dueños de grandes latifundios y
muy ricos.
§ el orden
ecuestre o caballeros, procedentes en su mayoría de las aristocracias de
los pueblos sometidos y que controlaban los cargos políticos locales y
provinciales. Tenían propiedades de tamaño medio o eran comerciantes y
manufactureros.
§ la plebe,
que era el grupo más bajo de los hombres libres y estaba formado por pequeños
propietarios agrícolas, artesanos y trabajadores libres.
Después encontramos a los esclavos,
que estaban por debajo de todos los demás, puesto que no tenían derechos ni
eran libres. Procedían en su mayoría de los ejércitos vencidos por Roma.
No obstante, siendo libres, no todos
poseían los mismos derechos. Hay ciudadanos romanos, latinos
y súbditos
del Imperio. Conforme avanza el tiempo, tienden a unificarse, culminando este
proceso por la Constitutio antoniniana
(Caracalla, 212 d.C.), que concede la ciudadanía romana a todos los habitantes
libres del Imperio.
Ø Asimilación
de la cultura romana
La dominación romana de Hispania
supuso que su cultura, sus costumbres, sus leyes y su religión se impusieran
sobre los pueblos autóctonos.
El latín y su uso se
extendió por todo el territorio, pero especialmente en las zonas meridional y
mediterránea. Su difusión le permitió imponerse sobre las lenguas autóctonas
que, no obstante, no desaparecieron totalmente. De él derivarían nuestras
lenguas, y sólo el vasco, atrincherado tras las montañas del norte, pudo
pervivir como lengua no romance. Algunos relevantes autores latinos fueron de
origen hispano: Mela (geógrafo), Séneca (filósofo) o Lucano (historiador).
El uso del derecho romano se
extendió por toda la Península. Su empleo no solamente regulaba las relaciones
privadas, sino también las instituciones políticas y su funcionamiento. Sirvió
para cohesionar la sociedad y difundir los principios de justicia y
convivencia. Todavía hoy es uno de los fundamentos del derecho occidental.
La dominación romana impuso también
las creencias
religiosas propias del Imperio romano. Se respetaron las creencias locales,
pero era obligado el culto al emperador y a los tres dioses de Roma: Júpiter,
Juno y Minerva (la Triada Capitolina). Más tarde, a partir del siglo III d.C.,
se difundió también el cristianismo en Hispania. En un principio los cultos
cristianos fueron perseguidos porque sus fieles se negaban a adorar a los
dioses romanos y, sobre todo, a dar culto al emperador. Pero el Edicto de Milán
(313 d.C.) decretó la libertad religiosa y reconoció legalmente el
cristianismo, que pasó a convertirse en la iglesia oficial del Estado con el
emperador Teodosio I en el año 380.
También podemos
observar restos del dominio romano en infinidad de obras públicas, como los
acueductos (Segovia), las murallas (Lugo), los puentes (Alcántara), los teatros
(Mérida, Sagunto, Cartagena), los anfiteatros (Itálica), los monumentos
funerarios (Torre de los Escipiones), los arcos de triunfo (Bará, Medinaceli) o
los templos (de Diana en Mérida).
Ø La
crisis del siglo III
Durante el siglo III el Imperio Romano
entra en un periodo de crisis en todos los ámbitos debido a la dificultad de
administrar territorios tan amplios. Los elementos que caracterizaron esta
crisis fueron: debilitamiento del poder imperial (emperadores militares), con
la consiguiente autonomía de los gobernadores provinciales, revueltas
campesinas, guerras civiles localizadas, presión de los pueblos bárbaros, etc.
Las causas políticas y militares
pueden mostrarse a través de la acción de Diocleciano, que intentó atajar la
crisis mediante una nueva división territorial-administrativa, pero el enorme
peso impositivo del estado llevó a los grandes propietarios rurales a huir a
sus villas (Ruralismo). Las ciudades comenzaron a decaer y, debido a la
inseguridad reinante, el pueblo buscó la protección de esos terratenientes a
cambio de entregarles sus tierras y trabajo. Es el sistema de colonato,
antecedente del feudalismo. Esta ruralización atentaba contra las bases del
Imperio y de todo el sistema esclavista que lo caracterizó (los esclavos ya no
son rentables y el Cristianismo además critica su existencia). Paralelamente a
este proceso, los pueblos germanos (bárbaros) van infiltrándose en el territorio
imperial, pacíficamente unas veces (como federados de Roma) o de forma
violenta.
Entre las causas
económicas es destacable la escasez de mano de obra esclava como
consecuencia de la finalización de las guerras de conquista. Paralelamente, las
incursiones de los pueblos bárbaros cortaron las relaciones comerciales. Las
ciudades se resintieron y comenzaron a despoblarse.
Como conclusión podemos
decir que la conjunción de todos estos factores minó la cohesión y fortaleza
del mundo romano, que se había conseguido a través del proceso de romanización.
La consecuencia de esta situación fue un imperio atomizado sin una autoridad
central fuerte capaz de mantener la unidad y de defender las fronteras. Estamos
asistiendo al final de una época histórica de desarrollo y crecimiento, en
donde la península Ibérica participó a través de la asimilación de las
costumbres romanas. Comienza ahora una etapa involutiva de la historia de
hombre, caracterizada por un retroceso en todos los campos, dominados por el
secretismo de la religión y el abandono de estructuras de gobierno complejas.
La Edad Media sienta sus bases en el declive del mundo romano e inicia un
conjunto de cambios que afectarán al territorio de la Hispania romana.
4.
EL
REINO VISIGODO
Cuando Roma quiso expulsar de la península Ibérica a suevos, vándalos y alanos tuvo que acudir a las tropas visigodas asentadas en la Galia, porque el imperio ya no tenía fuerza militar suficiente para hacerlo por sí mismo. En el 416 los visigodos penetraron en Hispania y derrotaron a los alanos y a los vándalos, volviendo después a la Galia.
Hacia mediados del siglo V, los
visigodos volvieron a entrar en la Península para luchar contra los suevos, que
quedaron relegados a la zona noroeste de la Península. El resto del territorio,
con la excepción de la cornisa cantábrica, fue incorporado al reino de Tolosa.
A principios del siglo VI, los
visigodos, tras ser derrotados por los francos, abandonaron la Galia y se
instalaron definitivamente en la península Ibérica, donde se creó el
reino visigodo de Toledo.
Los visigodos, a pesar de contar con
el poder político, eran una minoría social en comparación con la mayoría de la
población hispano-romana. Con el tiempo se produjo un proceso de asimilación,
por el que los visigodos se fueron mezclando con la nobleza autóctona.
4.1. Evolución política del reino visigodo
La monarquía visigoda era electiva,
es decir, los nobles visigodos elegían de entre ellos a cada nuevo rey. Este
hecho creó una acusada inestabilidad política, pues los enfrentamientos entre
la nobleza por hacerse con la corona fueron frecuentes. A mediados del siglo
VI, las luchas por el trono entre los nobles provocaron una debilidad que fue
aprovechada por las tropas bizantinas para conquistar una ancha franja del sur
y del sureste peninsular.
Pero esta
situación comenzó a cambiar a partir del reinado de Leovigildo
(569-586). Su política se dirigió a
controlar todo el territorio peninsular y conseguir la unidad territorial; para
ello conquistó el reino suevo (585), redujo el territorio en poder de los
bizantinos a una franja litoral –la expulsión total llegó el año 620– y sometió
parte del territorio controlado por cántabros y vascones.
Leovigildo
promovió otras iniciativas importantes, como la fundamentación del Estado en el
derecho romano, la integración entre hispano-romanos y visigodos mediante la
supresión de los obstáculos legales a los casamientos mixtos.
Quiso lograr
también la unidad religiosa ente los visigodos, que eran arrianos[4], y los
hispano-romanos, que eran católicos. Pero fracasó. La unidad religiosa se
produjo bajo el reinado de su hijo Recaredo, quien se convirtió al
catolicismo en 589 junto a la mayoría de los nobles. Con esta medida logró el
apoyo de una Iglesia cada vez más poderosa.
El proceso de
unificación de las dos poblaciones culminaría en el reinado de Recesvinto
(653-672) con la unidad legislativa, cuando se promulgó un único código judicial
para todos los habitantes de la monarquía: el Liber Iudiciorum (654).
Desde finales del
siglo VII, la inestabilidad de la monarquía aumentó. Las luchas nobiliarias por
obtener la corona fueron continuas y debilitaron el poder real. En el contexto
de uno de esos enfrentamientos –entre los partidarios de Witiza y los de Don
Rodrigo– se produjo la llegada de los árabes a la Península
(711), llamados por los primeros. La entrada de los musulmanes significó el
final de la monarquía visigoda.
4.2. Las instituciones políticas
Los reyes visigodos gozaban en teoría
de gran poder, pero lo compartían con otras instituciones de gobierno. La más
importante fue el Aula Regia, que era una asamblea consultiva formada por la
aristocracia visigoda.
A partir de la unificación religiosa
con Recaredo, se creó la otra gran institución de gobierno del reino visigodo:
los Concilios[5]
de Toledo. Tras la conversión de los reyes al catolicismo, los
concilios adquirieron un gran peso político y asumieron funciones legislativas,
participando en ellos la nobleza y el rey. La Iglesia se convertía en la
legitimadora de la monarquía.
4.3. Los fundamentos económicos y sociales
La sociedad
visigoda era esencialmente rural como consecuencia de los
efectos de la crisis final del Imperio romano; las ciudades se hallaban en
plena decadencia y la crisis del comercio había fomentado la autosuficiencia.
La tierra, que era el factor que determinaba la riqueza, estaba
mayoritariamente en manos de la nobleza, tanto visigoda como hispano-romana.
Los nobles, a menudo, arrendaban las tierras a campesinos libres –colonos–.
También abundaban los esclavos y los siervos.
La debilidad del Estado visigodo hizo que sus funciones fueran sustituidas por las relaciones personales. Muchos pequeños propietarios buscaron la protección que les ofrecían los nobles, capaces de disponer de tropas propias. A cambio debían ceder sus propiedades o trabajar para ellos. Al mismo tiempo, la monarquía solía pagar con tierras los servicios prestados por la nobleza. Con todo ello la nobleza fue ganando poder. Se estaban gestando los rasgos del modelo social feudal.
[1] Mesolítico
o Epipaleolítico: Período
prehistórico intermedio que marca la transición entre el Paleolítico y el
Neolítico.
[2] Oligarquía:
Forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un reducido
grupo de personas que pertenecen a una misma clase social.
[3] Exento: no
estar obligado al pago de algo
[4] Arrianismo:
corriente del cristianismo que sigue Arrio (256-336), que era un obispo del
norte de África, que consideraba que Jesús de Nazaret no era Dios sino una
creación de este. De este modo, Jesús solo sería un hombre y estaría
desprovisto de cualquier naturaleza divina. A partir del Concilio de Calcedonia
(381) esta doctrina fue considerada una herejía en el mundo católico.
[5] Concilio: asamblea o reunión de los obispos de la Iglesia
católica que tiene capacidad para definir e interpretar la doctrina religiosa.
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