AL-ÁNDALUS:
EVOLUCIÓN POLÍTICA
Introducción
La conquista árabe de la Península y
la formación de al-Ándalus se inscriben en el proceso general de expansión del Islam. Además de una nueva religión, el
Islam significó el despertar de una civilización, la árabe, que salió de su
marco territorial para extenderse de forma espectacular por el Asia oriental y
el norte de África. El impulso de conquista obedecía a la idea de la yihad o guerra santa, obligación
prescrita por el Profeta a los miembros de la comunidad musulmana. El asalto a
la Península era la continuación natural de esta vertiginosa expansión
territorial.
Al-Ándalus, como ellos denominarán a la nueva conquista,
coexistirá durante ocho siglos con los reinos cristianos que se formarán en el
norte peninsular. Será una convivencia cambiante, entre periodos de guerra y
periodos de paz, entre momentos de intercambio cultural y etapas de hostilidad
que dificultarán el contacto. Poco a poco, sobre todo a partir del siglo XI,
los reinos cristianos irán extendiéndose, y el territorio musulmán se irá
reduciendo, hasta terminar con la desaparición del último Estado islámico
peninsular, el reino nazarí, en 1492.
1.1. La Invasión (711-714)
Aunque las fuentes cristianas
presentan como causa de la invasión el conflicto entre facciones de la nobleza
visigoda, en realidad la decisión de invadir la Península había sido adoptada
con anterioridad por los gobernadores de Ifriquiya,
el territorio musulmán del Norte de África, en el marco de la política de
guerra santa y de expansión territorial.
En el 711 un contingente de unos 7.000
soldados bereberes, dirigidos por Tariq, lugarteniente del gobernador de
Ifriquiya, desembarcó junto a Gibraltar. Reforzado con otros 5.000 soldados,
unos meses más tarde se enfrentó a Rodrigo, junto al río Guadalete, batalla que
terminó con la derrota y desintegración del ejército godo.
A partir de la derrota de Rodrigo,
muerto en la batalla, el reino visigodo se derrumbó sin oponer apenas
resistencia. En pocos meses Tariq conquistó Córdoba, Sevilla y Toledo. Para
entonces el gobernador Musa había
desembarcado con otros 12.000 soldados, esta vez árabes en su mayoría, y entre
el 712 y el 714 ocuparon las principales ciudades visigodas. En su mayoría se
rindieron sin oponer resistencia, ante las promesas árabes de respetar personas
y propiedades; en donde sí hubo enfrentamientos, como en Toledo o Zaragoza, se
produjeron matanzas importantes.
En realidad, la ocupación fue tan
rápida porque los propios dirigentes visigodos prefirieron someterse, muchos
nobles godos optaron por firmar pactos
de rendición.
Parece que en la mayoría de los casos
estos pactos de rendición fueron la norma, y la resistencia se redujo a lo mínimo.
Sólo algunos nobles optaron por huir hacia el norte, abandonando sus
propiedades.
Además, hay que suponer que para la
mayoría de los campesinos hispanos
la invasión no suscitó ni alarma ni resistencia, y en muchas zonas pueden haber
recibido a los árabes con alivio. La suposición de que su dominio sería más
llevadero que el de la nobleza goda no era descabellada. Se sabía, además, que
los árabes no querían apropiarse de la tierra, y que solían instalarse en las
ciudades. También es lógico pensar que la minoría
judía apoyaría a los musulmanes, dada la persecución permanente que había
sufrido bajo la monarquía goda.
1.2. Al-Ándalus, provincia del imperio
árabe (714-756)
En el 714 Musa y Tariq abandonaron la
Península para trasladarse a Damasco, y dejaron a Abd al-Aziz como
gobernador de al-Ándalus. A partir de entonces se sucedieron una serie de
gobernantes dependientes del gobernador de Ifriquiya, que fueron los que
organizaron la administración andalusí.
Rápidamente, los escasos contingentes
fueron distribuidos por las ciudades de al-Ándalus. Los árabes se instalaron en las ciudades del sur, con Sevilla y Córdoba
a la cabeza. Esta última se convirtió en capital del territorio.
Los bereberes fueron instalados en las regiones más frías del norte:
estaban acostumbrados a vivir en zonas de montaña y a luchar en ese terreno. Se
distribuyeron a lo largo de los valles del Duero y el Ebro, convertidos desde
el principio en una zona de frontera en la que el dominio andalusí fue más
débil.
El intento de los árabes de expandirse
al norte de los Pirineos, frustrado tras la derrota de Poitiers (732), fue aprovechado por los nobles visigodos
que se habían refugiado en la zona asturiana para fundar el reino astur. Unos
años antes, en el 722, un grupo de visigodos comandados por don Pelayo, habían
rechazado una expedición bereber, dando lugar a la emblemática victoria
cristiana de Covadonga. A partir de entonces, los árabes parecen haber renunciado
a continuar su expansión por el norte y preferir reorganizar sus conquistas del
centro y sur peninsular.
En los años entre el 715 y el 740 la
preocupación interior más importante de los nuevos gobernantes fue organizar la
recaudación de los tributos. Por entonces también se organizó la administración
provincial, dividiendo el territorio y estableciendo las autoridades urbanas y
las guarniciones de frontera.
En el año 740 estalló una rebelión de
los bereberes norteafricanos que pronto se extendió a al-Ándalus. El origen
del descontento estaba en la posición de subordinación de los bereberes con
respecto a los árabes. Como consecuencia de este levantamiento fueron
abandonadas las ciudades del norte de al-Ándalus, en el valle del Duero, en las
que se habían establecido los bereberes, circunstancia que los primeros reyes
astures aprovecharon para consolidar su pequeño reino. A este conflicto se
sumaron las disputas surgidas entre las tribus árabes que habían entrado en la
Península. Durante quince años, los enfrentamientos fueron constantes, y el
poder de los gobernadores, tanto en el norte de África como en Córdoba,
bastante débil.
1.3. El Emirato independiente
(756-929)
El origen del emirato se encuentra en
el golpe de estado del año 750, protagonizado por la familia de los Abbasíes en Damasco, quienes destronaron
a los Omeyas, la dinastía reinante. La mayor parte de la familia Omeya fue exterminada. Abd al-Rahman,
uno de los supervivientes, se refugió en el norte de África, y gracias a la
ayuda de los grupos partidarios de su familia, consiguió desembarcar en
al-Ándalus. Con el apoyo de una parte de las tribus árabes derrotó al
gobernador y se autoproclamó Emir independiente, con el nombre de Abd al-Rahman I. La decisión suponía
rechazar la autoridad de los abbasíes de Bagdad, y por tanto la independencia
efectiva de al-Ándalus. Abd al-Rahman, sin embargo, no se atrevió a usurpar el
título de Califa.
Su reinado (756-788) se caracterizó
por la lucha constante por afirmar su dominio frente a los diferentes grupos
árabes y bereberes que se rebelaban contra el nuevo régimen. Sin embargo, en la
zona efectivamente controlada, el reinado de Abd al-Rahman I supuso la
consolidación del poder del emir. Fue el primero que se ocupó del desarrollo de
Córdoba, en la que construyó su palacio y cuya mezquita mandó iniciar, en el
784.
Los reinados de Abd al-Rahman II (822-854) y Muhammad
I (854-880) fueron bastante más tranquilos que los anteriores. A partir del
880, sin embargo, y durante medio siglo, una serie de rebeliones internas (IbnHafsun de 880 hasta 928) sumieron al
emirato en una grave crisis político-militar, en especial en las zonas
fronterizas, con Toledo, Mérida y Badajoz al frente. Los sucesivos emires,
pudieron a duras penas conservar el control de la zona clave del valle del
Guadalquivir.
1.4. El califato de Córdoba (929-1031)
Cuando Abd al-Rahman III (912-961) llegó al poder, buena parte de
al-Ándalus permanecía en rebelión contra el gobierno de Córdoba. Tras varios
años de lucha consiguió tomar Bobastro y acabar con la resistencia de los hijos
de IbnHafsun; después conquistó Mérida y Badajoz, más tarde Toledo y,
finalmente, Zaragoza.
Acto seguido, en el 937 inició una
serie de campañas contra el rey de León. Aunque fue derrotado por los
cristianos en Simancas, durante su reinado se sucedieron los ataques, en
general con éxito, y los cristianos del norte debieron mantenerse en sus
fronteras, en parte también por los conflictos dinásticos que enfrentaban a los
leoneses. El dominio de Abd al-Rahman fue tan claro que incluso llegó a imponer
tributos a los reyes cristianos a cambio de renunciar a las campañas de saqueo.
En el año 929Abd al-Rahman III se autoproclamó califa. La decisión era importante: significaba la afirmación
definitiva del soberano y de la familia Omeya como gobernantes de al-Ándalus.
Además, el califato confería al rey cordobés la aureola de jefe religioso, y no
sólo político, respecto a sus súbditos. Abd al-Rahman III se rodeó de un
estricto protocolo y actuó como un auténtico autócrata, revestido de símbolos
de poder político y religioso y con una administración reforzada. El califa controló
de cerca a los visires y a los gobernadores de las ciudades, cambiándoles a
menudo de función, al tiempo que aumentaba el dominio de los árabes en todos
los cargos políticos y administrativos. En el ejército, sin embargo, optó por
aumentar los contingentes de bereberes
y de eslavos, nombre genérico que se
daba a los esclavos traídos del norte de Europa, más combativos que las viejas
tribus árabes.
Durante el reinado, la situación
económica parece haber sido bastante buena, como lo demuestra la acuñación de
grandes cantidades de dinares de oro y la espléndida construcción del palacio
de Medina al-Zahira.
Esa prosperidad se prolongó también
durante el reinado de su hijo al-Hakam
II (961-976), que mantuvo el dominio militar sobre los cristianos y
continuó con el reforzamiento de las zonas fronterizas. Además, el esplendor
cultural de Córdoba alcanzó su punto culminante; el califa reunió una gran
biblioteca y atrajo a la ciudad a los mejores escritores y juristas de su
época. También a su reinado corresponde la ampliación más suntuosa de la
mezquita cordobesa.
A diferencia de sus antecesores, el
reinado de Hixam II (976-1013)
estuvo dominado por la figura de su hachib,
que adoptó el nombre de al-Mansur
(Almanzor,Vencedor) y que dirigió personalmente la política del califato.
Sabemos poco de su actuación interna. Tuvo que sofocar varios intentos de
conspiración contra su persona, lo que muestra la fragilidad de su posición.
Parece que estableció una rígida vigilancia en la Corte y se enfrentó a algunos
de los juristas conservadores, que no veían con buenos ojos el poder del
hachib. También reforzó el ejército, en el que el peso de los eslavos y
bereberes era cada vez mayor.
Pero su faceta más impresionante fue
la militar. A lo largo de veinte años al-Mansur realizó nada menos que 55
expediciones contra los cristianos. Algunas particularmente devastadoras, como
la del 985, en que arrasó Barcelona, y sobre todo la del 997, cuando llegó a
tomar Santiago y se llevó como botín las campanas y puertas de la iglesia, que
utilizó en las vigas del tejado de la mezquita de Córdoba.
A la muerte de al-Mansur en 1002 le
sucedió en el cargo de hachib su propio hijo Abd al-Malik, que continuó la línea de su padre de mantener el
control sobre el viejo califa y de continuar las campañas en las fronteras
cristianas.
En 1008, cuando Abd al-Malik murió, se
desencadenó la crisis del califato de Córdoba. Buena parte de las élites
árabes de Córdoba estaban descontentas con lo que consideraban una tiranía de
los hachib, a quienes no reconocían el derecho a gobernar y manejar al califa.
Además, éste nombró al nuevo hachib, hermano del anterior, su heredero, y esa
fue la gota que desbordó el vaso. En 1009 el hachib fue asesinado y Medina
al-Zahira destruida, y entre ese año y el 1031, sucesivos golpes palaciegos,
asesinatos y rebeliones se produjeron en Córdoba y en las principales ciudades
de al-Ándalus, entre diferentes grupos de la aristocracia árabe, los jefes
provinciales y los grupos militares de bereberes y eslavos.
Poco a poco, cada ciudad, cada
territorio fue desgajándose, y el Estado cordobés se descompuso en una
treintena de unidades políticas. Finalmente, en 1031 una asamblea de nobles,
reunida en Córdoba, declaró extinguido el Califato. Desde ahora el mundo
musulmán comenzará su repliegue en la península Ibérica, coincidiendo con el
avance cristiano desde el norte. Excepto por los dos intentos de recomposición
de al-Ándalus que llegarán desde el norte de África, el mundo andalusí caminará
hacia su disolución al tiempo que los cristianos del norte llevan a cabo los
primeros intentos de unificación. Los
reinos de taifas (1031-1090)
Durante sesenta años, el territorio de
al-Ándalus permaneció dividido en una serie de reinos independientes (taifas),
dominados por familias destacadas de las diferentes etnias árabes, bereber y
eslava, que se repartieron el control del territorio.
La historia de los casi treinta reinos
de taifas fue muy cambiante. La mayoría fueron desapareciendo al ser
conquistados por los más poderosos (Sevilla, Zaragoza, Granada, Mérida, etc.).
Los reinos de taifas gozaron de una
cierta prosperidad económica, que además se trasladó al ámbito cultural. En las
ciudades de Sevilla y Zaragoza se construyeron grandes palacios y se
promovieron las letras y las ciencias. Pero detrás de esa imagen de esplendor
estaba la debilidad política y militar, que les impedía resistir con firmeza a
los ataques cristianos. Por eso muchos gobernantes árabes prefirieron pagar
tributos (parias) a los reyes
cristianos a cambio de treguas. Eso produjo un flujo de riqueza continuo hacia
el norte, y al mismo tiempo una fuerte subida de los impuestos que pagaban los
andalusíes, lo que fue aumentando el descontento.
Además, la política de treguas no pudo
impedir, al final, el avance cristiano. En 1085 el rey de Castilla conquistó
Toledo. El impacto fue enorme: además del considerable avance territorial,
hasta el Tajo, estaba la importancia simbólica de la vieja capital visigótica,
y para los árabes la pérdida de la zona fronteriza intermedia. En tales
condiciones, los reyes de Sevilla y el Algarbe, alarmados por el peligro,
llamaron en su auxilio al poderoso reino almorávide del norte de África.
1.5. Los almorávides (1090-1144)
A finales del siglo IX un nuevo reino,
el almorávide, se había formado en el norte de África. En el 1086 su rey,
YuçufibnTasufin, desembarcó en la Península y derrotó a las tropas cristianas
enZalaca (Batalla de Sagrajas, cerca
de Badajoz). Entre el 1090 y el 1110, los almorávides conquistaron todo el
territorio andalusí.
La rapidez de la conquista almorávide
se debió a la debilidad de los reinos de taifas y al descontento popular contra
sus gobernantes, pero también al sentimiento de guerra santa y de rigor
islámico de los invasores bereberes. Inicialmente, su espíritu religioso y la
decisión de reducir los impuestos les reportaron un amplio apoyo popular.
Sin embargo, en pocos años el dominio
almorávide entró en crisis. Los generales almorávides quedaron deslumbrados por
el lujo y la vida mundana de las ciudades andalusíes, y rápidamente su
ortodoxia se relajó, apareció la corrupción política y comenzaron a subir los
impuestos de nuevo. Las tropas acantonadas en la Península fueron reducidas, y
pronto una nueva ofensiva cristiana puso en evidencia la falta de moral de combate.
En 1118 Alfonso I de Aragón conquistó Zaragoza, y tanto él como Alfonso VII de
Castilla comenzaron a hacer incursiones hacia el sur, capturando gran cantidad
de campesinos mozárabes y llevándoselos al norte para repoblar las tierras
recién conquistadas. La incapacidad de los almorávides para hacer frente a los
avances cristianos provocó, finalmente, una nueva crisis que terminó hacia el
1144 con el hundimiento de su imperio.
1.6. Los almohades (1144-1248)
En realidad, lo que precipitó su caída
fue la conquista del Magreb por nuevas tribus bereberes, los almohades, que
sustituyeron a los almorávides en el control del norte de África y a
continuación entraron en la Península. Sin embargo, tardaron un tiempo en
dominar al-Ándalus. Durante veinte años algunos territorios se resistieron:
preferían su independencia, aunque tuvieran que pagar tributos a los reyes
cristianos, y además miraban con recelo a los nuevos invasores norteafricanos
por su rigor religioso, mayor aún que el de sus antecesores. Se ha hablado por
eso de las segundas taifas, que tuvieron que ser vencidas una a una por los
ejércitos almohades, hasta que en 1172 cayó Murcia, la última que quedaba.
Hasta 1195 los reyes almohades
consiguieron mantener la unidad andalusí y una resistencia suficiente ante el
avance cristiano. En ese año derrotaron a los cristianos de Alfonso VIII en Alarcos. Pero no pudieron aprovechar su
victoria, al no disponer de suficientes tropas como para mantener la zona
conquistada.
La respuesta cristiana se produjo en 1212, cuando una coalición de los
reinos peninsulares del norte, con apoyo de cruzados europeos y propiciada por
el Papa, derrotó de forma contundente a los musulmanes en la Navas de Tolosa, al sur de
Despeñaperros. Aunque la derrota no trajo consecuencias inmediatas, poco
después el reino almohade se desmoronó.
Entre 1223 y 1248 la ofensiva de los
reinos cristianos resultó definitiva. Jaime I de Aragón y Fernando III de
Castilla avanzaron hacia el sur y conquistaron Valencia, Murcia, La Mancha y
Andalucía occidental, incluyendo Córdoba (1236) y Sevilla (1248). Al-Ándalus,
como unidad política, tocaba su fin.
1.7. El reino nazarí (1248-1492)
De todas las unidades en que se había
descompuesto el reino almohade, sólo una consiguió sobrevivir a la ofensiva
cristiana del siglo XIII. Proclamado emir por sus partidarios en 1232, Muhammad I, se hizo con el control de
Jaén, Córdoba, Málaga, Granada y Almería, y aunque debió ceder las dos primeras
a Castilla, consiguió que el rey Fernando III le admitiera como vasallo y
aceptara su soberanía sobre un reino, el de Granada, que se convirtió en el
último dominio árabe en la Península. A cambio, Muhammad aceptó pagar un fuerte
tributo y ayudó al rey castellano en la conquista de Sevilla y del valle
inferior del Guadalquivir.
Los nazaríes dominaron un territorio
que equivalía, poco más o menos, a las actuales provincias de Almería, Granada
y Málaga. En su mayor parte se mantuvo intacto a lo largo de dos siglos y
medio, frente a unos reinos cristianos en principio más fuertes militarmente.
Entre las causas hay que mencionar la habilidad de los sultanes granadinos, que
supieron negociar con las coronas de Castilla y Aragón largos periodos de
tregua. También es cierto que la compleja topografía del reino facilitaba su
defensa.
Pero quizás la razón principal de la
permanencia del reino granadino estuvo en los problemas internos de los reinos
cristianos, en parte agotada su capacidad de expansión y colonización de
tierras, en parte sumidos en conflictos dinásticos, y también como consecuencia
de la larga crisis demográfica y económica del siglo XIV. Además, para Castilla
resultó conveniente, al principio, que hubiera un reino musulmán al que enviar
a la población islámica de las zonas conquistadas.
El periodo de auge del reino nazarí
transcurre entre 1333 y 1394, en los reinados de Yusuf I y Muhammad V, durante
los cuales se embelleció la ciudad y se construyó la Alhambra. La economía
nazarí se basó en la próspera
agricultura de las vegas y en el desarrollo de la artesanía de las ciudades,
así como en un fluido comercio tanto con los reinos islámicos como con los
cristianos, favorecido por los largos periodos de tregua. No obstante, la paz
costaba muy cara a los nazaríes, que debieron mantener impuestos bastante
elevados para pagar los tributos exigidos por los monarcas cristianos a cambio
de las treguas.
Desde finales del siglo XIV comenzó un
largo proceso de crisis política. Una serie de conspiraciones palaciegas y
golpes de Estado hicieron que los sultanes se fueran relevando, sin que ninguno
de ellos pudiera hacerse con un control efectivo sobre el reino.
A partir de 1482, tras el fin de la
guerra civil en Castilla y la llegada al trono de los Reyes Católicos, estalló
la guerra definitiva. Durante diez años, las tropas castellanas fueron
avanzando de forma sistemática. La resistencia fue mínima, no sólo por la
superioridad militar cristiana (el uso de la artillería fue decisivo), sino
sobre todo por las luchas internas en Granada. Una parte de la aristocracia
proclamó sultán al hijo de al-Hasan, Abu abd-Allah, Boabdil. Pero éste fue capturado por los Reyes Católicos, que le
liberaron a cambio de convertirse en su aliado y enfrentarse a su padre.
Desde entonces la lucha entre Boabdil
y su tío Muhammad ibnSad, El Zagal,
que sucedió a al-Hasan a su muerte, impidieron toda resistencia efectiva.
Además, esta vez no hubo ayuda militar de los reinos africanos, que sólo se
prestaron a evacuar refugiados. Las ciudades nazaríes fueron cayendo en manos
cristianas, hasta que, con la toma de Granada en 1492, terminó la presencia de reinos islámicos en la Península.
Conclusión.Aquí finalizada el periodo musulmán en la
Península como estado independiente, pero no la relación entre las dos
culturas, ya que en 1492 los gobernadores han cambiado, pero no la mayoría de
la población que se mantiene en sus propiedades. La permanencia de lo musulmán,
la tolerancia inicial de los cristianos y el desarrollo posterior de sistemas
de integración forzada, hará de los próximos siglos un tiempo de enfrentamiento
continuo entre los partidarios de un proceso lento de integración y los que
piensan en eliminar cualquier vestigio de al-Ándalus.
1.
LA
ORGANIZACIÓN DEL ESTADO
Tanto
la administración
como la organización del Estado adoptaron en Al-Ándalus una forma
piramidal cuya cabeza fue el emir en las primeras etapas. El
emir era un gobernador que dependía directamente del califa de Damasco y que
contaba con plenos poderes políticos, económicos y administrativos.
Posteriormente, la independencia del emirato, que se produjo a partir de la
llegada al poder de Abd al-Rahman I, cortó todos los vínculos políticos con el
califato de Bagdad. Este hecho supuso la aparición del primer Estado musulmán desgajado
del califato, aunque seguía reconociéndose la superioridad espiritual
del califa.
La
proclamación de Abd al-Rahman III como califa acabó rompiendo
definitivamente la sumisión religiosa que se había mantenido respecto del
califato abasí de Bagdad (nueva sede califal). A partir de ese momento Abd
al-Rahman III gozó de unos poderes prácticamente absolutos. No hay que olvidar
que, en el mundo musulmán medieval, el poder tenía un fuerte carácter
teocrático que unía la jefatura religiosa y política en el califa.
El
califa dirigía el gobierno y la administración, aunque a menudo delegaba ese
poder en una especie de primer ministro –el hachib–, quién controlaba el
resto de las estructuras del Estado: departamentos a modo de ministerios,
llamados divanes, que estaban dirigidos por visires. El principal órgano
administrativo era la Cancillería, que tramitaba los
documentos oficiales.
El
territorio de Al-Ándalus estaba dividido en provincias o coras, cuya capital solía
ser una ciudad de tamaño medio o grande en la que residía el gobernador
o valí.
En las zonas fronterizas con los reinos cristianos estaban las marcas, que eran
provincias que mantenían unos rasgos especiales derivados de la conflictividad
del territorio; en ellas el valí gozaba de un notable poder militar. Había
tres: la marca de Zaragoza (Superior), la marca de Toledo (Media) y la marca de
Mérida (Inferior).
La
Haciendase
encargaba de recaudar los impuestos que se cobraban tanto a musulmanes como a
los cristianos (mozárabes) y judíos que vivían en territorio islámico. El
sistema fiscal se encontraba muy centralizado y se basaba en dos tipos de imposiciones:
las ordinarias y las extraordinarias.
Entre
los impuestos
ordinarios destacaban:
·
La
limosna
legal, que solamente se aplicaba a los musulmanes. Consistía en el pago
de un diezmo que recaía sobre los bienes muebles (rebaños, mercancías,
cosechas, beneficios, etc.).
·
Los
mozárabes y los judíos pagaban una tasa personal de capitación que recaía
exclusivamente sobre los hombres.
·
En
los territorios conquistados donde se había producido una capitulación pactada[1], sus
habitantes seguían conservando el usufructo de sus propiedades, pero debían
pagar un impuesto sobre la tierra, que acabó conservándose aun después
de haberse producido la conversión al islam.
Los
impuestos
extraordinarios solían corresponderse con peticiones al pueblo de pagos
excepcionales para sufragar campañas militares o con los tributos que se
recibían de los reinos cristianos.
El
sistema
judicial se basaba en los cadíes, que eran especialistas en
derecho canónico, pues en la sociedad islámica la ley está contenida en los
textos religiosos. Además, los cadíes debían ser personas de moral
intachable y respetabilidad social. La relación entre religión y derecho era
muy importante, y el jefe máximo de los jueces era el mismo califa.
El
ejército
de al-Ándalus era un instrumento fundamental tanto para la conquista militar y
el mantenimiento de las fronteras como para la preservación del orden interno.
Estaba formado por levas de soldados musulmanes reclutados, por combatientes voluntarios
deseosos de participar en la guerra santa (la
yihad) contra los infieles y por mercenarios[2]
extranjeros (bereberes o europeos) que conformaban el núcleo permanente
del mismo.
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