domingo, 10 de septiembre de 2023

Animación a la lectura: las calzadas romanas.

 Animación a la lectura: las calzadas romanas. 

Las calzadas romanas

Las calzadas romanas eran una amplia red viaria de caminos o “carreteras” perfectamente construidos para durar muchos años. Tanto es así, que algunos tramos han llegado hasta nuestros días. Incluso algunos se siguen utilizando. En este documento abordamos las características de las calzadas romanas, cómo se construían y sus principales funciones.

Función

La principal función de las calzadas romanas era de índole estratégica, de ahí que no tenga nada de extraño que la red viaria romana se ampliara a la par que el propio Imperio Romano, o que, en los límites de éste, desde el norte de Gran Bretaña al Éufrates, dicha red tuviese numerosos ramales. Según un estudio reciente, se calcula que tan sólo en el norte de África llegó a haber entre 15.000 y 20.000 km de calzadas, sin contar las vías reservadas únicamente para el traslado de tropas ni tampoco las rutas de las caravanas.

Si bien nunca llegaron a perder esa función militar primigenia, lo cierto es que las calzadas tuvieron también un notable papel administrativo, al dotar al correo imperial de una enorme celeridad. Asimismo, fue de gran utilidad para el trasiego de viajeros, incluidos los peregrinos paganos primero y los cristianos después, y el transporte de mercancías, sobre todo de pequeñas dimensiones y gran valor. Los itinerarios y los planos de época romana, como el itinerario de Antonino[1] de finales del siglo III d. C., dan prueba de las dimensiones de la red viaria del Imperio romano, y el hecho de que ésta se utilizase durante toda la Edad Media sugiere hasta qué punto condicionó el paisaje de Europa entera y la región del Mediterráneo.

Construcción de las calzadas romanas

Las vías romanas, al igual que los acueductos romanos, pero en este caso en unas proporciones mucho mayores, dejaron en el paisaje una impronta imborrable. A diferencia de las calzadas normales, cuya construcción dependía de la función que desempeñasen y de la naturaleza del terreno, las grandes calzadas consulares, como la Vía Apia, implicaban siempre toda una serie de obras de gran envergadura.

Algunas se trazaron sobre rutas preexistentes, que se reformaron para hacerlas más rectas, así como para nivelarlas y pavimentarlas hasta convertirlas en calzadas permanentes. Lo primero que se hacía era excavar un par de surcos paralelos a 40 pies romanos (unos 12 m) de distancia entre sí. Para definir el trayecto de la calzada y señalar sus márgenes exteriores. Tras lo cual, se excavaba un foso entre dichos surcos hasta llegar a una base de piedra o arcilla; en el caso de terrenos inestables, se colocaba debajo una capa de pilotes para dar consistencia a la base.

A continuación, se procedía a su relleno, colocando primero una capa de cascotes con mortero o arcilla. Luego otra de arcilla y, por último, una tercera capa de arena gruesa, sobre la que se situaban las losas de piedra perfectamente ensambladas.

Con el tiempo, se fueron acondicionando atajos para salvar los obstáculos naturales. Tal es el caso del paso de hasta 120 pies romanos (unos 36 m) de profundidad que se horadó, probablemente en tiempos de Trajano, a lo largo de toda una montaña al sur de Terracina para evitar que la Vía Apia tuviera que dar un rodeo y pudiera continuar recta junto a la costa. Algo más al sur, el emperador Domiciano creó una variante hasta Nápoles que exigió colocar una base de pilotes durante un tramo de la calzada de varios kilómetros debido a lo pantanoso del terreno.

A todos estos pasos excavados en la misma roca o dispuestos sobre una base de madera hay que añadir los innumerables puentes y algún que otro túnel que hubo que construir, y que no hacen sino subrayar esa voluntad inquebrantable de someter la naturaleza a los criterios de la más estricta eficiencia. Es ésa precisamente, y no otra, la impresión que se tiene al contemplar todas estas vías de tramos interminables que todavía hoy en día dominan el paisaje europeo.

La maestría de los agrimensores romanos, obligados en ocasiones a trabajar en territorios inhóspitos, es realmente extraordinaria. Poseían un gran dominio de la geometría del espacio, lo que les permitía, por poner un ejemplo, calcular la distancia existente entre dos puntos inaccesibles. Tuvieron a su disposición una versión bastante primitiva de gran parte de los utensilios agrimensores de hoy en día, como la dioptra, una variante sin lentes de nuestro teodolito, o el chorobates, una especie de línea de agua alargada, así como el gromo, con el que trazaban las rectas y determinaban los ángulos rectos. No obstante, si bien cada vía y calzada romana era un fiel reflejo de la maestría de aquellos que las construyeron, es en definitiva la inmensidad de todas las redes viarias en su conjunto lo que mejor refleja el enorme poder de Roma.

Características de las calzadas romanas

Las calzadas romanas se empezaron a construir desde el 312 a. C. hasta el siglo VI d. C. por todo el Imperio romano. De todas ellas, la Vía Apia fue la primera de las grandes calzadas consulares de Roma y unía la capital con Capua, importante centro urbano de Campania, aunque con el tiempo se alargó hasta Brundisium (la actual Brindisi), de donde salían los navíos hacia el Mediterráneo oriental.

Hacia finales de la República, la práctica totalidad de la península Itálica estaba surcada por toda una red de calzadas que nacían en Roma, y tan sólo medio siglo más tarde ya era posible viajar desde las Columnas de Hércules, situadas a las puertas del Atlántico, hasta el Bósforo e incluso más allá gracias a una excelente red de calzadas.

Entre las características de la Via Apia podemos observar:

  • Longitud de Roma a Brindisi: 530 km (365 millas romanas)
  • Tiempo en ir de Roma a Brindisi: 13-14 días
  • Recorrido más corto de que se tiene constancia 5 días (191 a. C.)
  • Anchura de la calzada pavimentada: 4,14 m (14 pies romanos)
  • Anchura del pavimento: 2,96 m (10 pies romanos)


[1] Esta vía que recorre el Valle de la Fuenfría es parte de la calzada romana que unía Segovia con Toledo, pasando por las estaciones viarias madrileñas de Titultia y Miacum. Conocida también como Vía XXIV de Antonino, su construcción se remonta a tiempos del emperador Vespasiano (siglo I), aunque esta parte del trazado siguió utilizándose como ruta habitual para atravesar la sierra de Guadarrama. Con el paso del tiempo sufrió diversas transformaciones, siendo especialmente reseñables las que realizó Felipe V en el siglo XVIII para facilitar el acceso desde Madrid hasta el palacio de La Granja.ç

En el año 2009 la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid finalizó un conjunto de actuaciones que permitieron recuperar elementos originales de la calzada romana y determinar con exactitud cuál era su trazado. La Caminería histórica del Valle de la Fuentefría forma uno de los conjuntos patrimoniales más singulares de la Comunidad de Madrid, ya que a su indudable valor histórico y arqueológico hay que sumar el enclave natural que lo rodea.

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